Cuidar los muebles y ornamentos es cuidar la historia personal

A medida que envejecemos, el valor utilitario de los objetos se torna en valor sentimental. Cada mueble y cada ornamento se vuelve una narrativa de tiempos pasados y así la casa se vuelve un lugar edificado por sus historias.

En La última locura de la señora Darling, comedia del director francés Julie Bertuccelli, este mensaje se comunica por medio de una anécdota sencilla: una mujer mayor decide vender todas sus pertenencias ante el presentimiento en falso de su muerte y en medio de una venta de garaje, que su hija intenta detener, se da una transacción que involucra lo más íntimo: las vivencias familiares, los rencores y lo que ha sido amado desde el centro de la cotidianidad, que es la vida verdadera.

Considerando esto último, uno se siente absurdo al pensar la cantidad de veces que entregar un regalo a los padres o abuelos se volvió un quebradero de cabeza, al saber que la pista estuvo dada desde siempre en las necesidades del ámbito doméstico.

Una de ellas, en la que por alguna razón nos cuesta reparar, es la de conservar los objetos y el espacio en tanto depositarios de intimidad y memoria. En términos concretos, esta se traduce, por ejemplo, en la conveniencia de mantener una iluminación moderada en las estancias y proteger los muebles (especialmente las piezas antiguas) del uso habitual, los animales domésticos, el polvo y la humedad.

Piezas necesarias y piezas queridas que no hemos de resignarnos a perder, sea por su función práctica o por su significado, porque algo de nosotros se “salva” o se conserva al recobrar o mantener los objetos preciados en resguardo.

Tiene sentido, entonces, regalar a los mayores un cubre salas o juego de cortinas. El primero ayudará a conservar la limpieza del mobiliario por más tiempo y evitará su desgaste cuando los muebles permanezcan guardados en una bodega o se deje la casa sola por largas temporadas. También será útil cuando haya que trasladarlos en medio de una mudanza o en el día a día, que amenaza con sus manchas, acumulaciones de polvo, cabellos y restos de comida.

“La belleza de los objetos a nuestro alrededor eleva el alma”, dice la protagonista en algún momento del filme, y uno descubre, de golpe, que hace sentido resguardar los muebles y las decoraciones para dar lucimiento a una casa que espera visitantes, aun cuando sean los destinatarios del cubre salas o el juego de cortinas que envolvimos como obsequio, o nosotros mismos, años después, regresando a la casa familiar.

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